El 26 de Marzo, día internacional pro-vida, en las capitales y en otras ciudades de toda España han tenido lugar concentraciones por la vida. En Cádiz hemos celebrado un via crucis pro-vida con la cruz del Papa -la de las Jornadas Mundiales de la Juventud- y con el icono de María que la acompaña siempre.
Cuando he visto esa cruz alta, sobria, salir de la catedral vieja y erguir su silueta sobre el cielo gaditano, me he quedado sobrecogido. ¡Esa cruz es un signo tan poderoso, tan antiguo y tan nuevo…! Me he acordado de la película de Karol Wojtyla, de la cruz de Nowa Hutta, la “ciudad sin Dios” construida por los comunistas para las familias obreras de Polonia, sin una sola capilla donde rezar. He recordado la imagen de aquellos cristianos valientes, levantando una cruz en medio de la ciudad sin Dios. Y de nuevo, hoy, la cruz se yergue como el signo poderoso de la trascendencia del ser humano, como un clamor de vida y libertad.
Porque no hay verdadero humanismo sin Cristo.
He ido ya a unas cuantas manifestaciones y concentraciones por la vida. Algunas las he organizado yo mismo, o he participado en su convocatoria. En todas ellas, mi principal obsesión era que acudiera mucha gente, porque la fuerza de una manifestación está en el número de personas; eso es lo que valora la prensa y la opinión pública. Pero esta tarde ha sido distinto, porque nuestra fuerza estaba en Cristo. Hemos levantado una cruz en medio de este mundo perdido; hemos rezado públicamente, todos a una, por las calles de nuestra ciudad. Y casi me he emocionado cuando, en una de las estaciones, se ha pedido a Dios que bendijera a los que trabajan por la vida prenatal. ¡Me he sentido tan identificado, tan sostenido y bendecido con esa oración…! Era como si necesitara que alguien elevara esa plegaria públicamente, en nombre de la Iglesia, a nuestro Padre. Porque en estas lides se pasan algunos sinsabores, algunas soledades, y uno necesita sentirse amparado por su Iglesia, reconfortado, apoyado… En ese momento, el Señor nos ha bendecido a través de su Iglesia. Ha sido Él quien ha puesto en los labios del orante ese ruego dirigido a Sí mismo, porque quería bendecirnos.
También me he sobrecogido cuando este sencillo canto resonaba por entre las ya oscuras callecitas del Pópulo, en pos de la cruz: “Perdona a tu pueblo, Señor / perdona a tu pueblo, perdónalo, Señor…” Juan Pablo II -el que regaló esta cruz a los jóvenes- nos enseñó que el destino del mundo no se decide en los grandes centros del poder mundial, sino en los pequeños sitios donde se reza. Creo que hoy algo se ha renovado en Cádiz, y algo está cambiando. No hemos sido nosotros quienes lo hemos hecho: ha sido Él, como fue Él quien guió la puntería de David contra Goliat.
La vida triunfa sobre la muerte, porque Jesús resucitó; así se nos recordaba en la última estación, ya dentro del templo de Santa Cruz. Así que un día, quizá no muy lejano, recordaremos el aborto como rememoramos los campos de exterminio, porque apreciaremos la vida en su sagrado valor. No somos valiosos por ser grandes o pequeños, sino porque hemos sido creados por amor, y rescatados por la sangre de Cristo. ¡Todos! Por eso, aquí no sobra nadie, porque todos somos amados por Dios. Es más, como dice el verso de Dulce María Loynaz, “su aliento palpita en todo lo que viene”.
Gracias, Señor, por la vida. Gracias por darnos amor para amarla y fuerzas para defenderla. Gracias, porque tu cruz será siempre el signo del hombre verdaderamente vivo en medio del mundo.
Emilio Alegre